Recorres las calles de Santiago y ves ellos: los sitios eriazos que parecen durmieron años, las grúas quietas, los carteles de “Proyecto en Venta” que ya pierden el color. La tentación es culpar a la “crisis”, a las tasas de interés, a la incertidumbre. Y sí, claro, esos factores pesan. Pero si rascas un poco más allá del diagnóstico fácil, te encuentras con una verdad mucho más interesante, y hasta esperanzadora: no es que no se construya. Es que ya nadie se atreve a construir lo mediocre.
La cifra dura duele: la permisibilidad de edificación en Chile cayó un 18% durante 2023 (Cámara Chilena de la Construcción, 2023). Es el número que muchos usan para pintar un panorama apocalíptico. Pero ese número es como un iceberg: lo importante está debajo de la superficie. No se trata de una paralización absoluta, sino de una selección brutal. Los créditos son carísimos, sí. Pero eso no ha matado los proyectos; ha matado los proyectos malos. Los que no tenían un diferencial claro, los que se limitaban a ofrecer un dormitorio, una cocina y un baño en una torre densa y sin alma.
Hoy, el comprador—ese personaje que antes firmaba casi con los ojos cerrados—se ha transformado en un evaluador implacable. Tiene Google Maps, compara precios, exige eficiencia energética, pregunta por el grosor de los muros y, lo más importante, piensa en su calidad de vida. Ya no compra un metro cuadrado; compra un estilo de vida. Un proyecto que no entienda eso está condenado al fracaso incluso antes de sacar los permisos.
Entonces, ¿qué está sobreviviendo? Lo excepcional. Lo inteligente.
- El edificio que prioriza áreas verdes profundas sobre el número máximo de estacionamientos.
- El proyecto de oficinas que invierte en luz natural, terrazas y un buen café, entendiendo que su competencia ya no es el edificio de al lado, sino el home office cómodo.
- La casa en condominio que ofrece fibra óptica, seguridad real y comunidad, en vez de sólo pastelones y un portón eléctrico.
Este no es un mercado en “supervivencia del más fuerte” en términos de tamaño. Es supervivencia del más inteligente, del más sensible, del que mejor lee las nuevas necesidades. Es un grito silencioso del mercado pidiendo a gritos calidad, innovación y autenticidad. Los desarrolladores que lo están entendiendo no están en crisis; están, discretamente, limpiándose las manos con buenos negocios. Porque al final, cuando todo está caro, lo único que realmente vale la pena comprar es algo bueno.