Hubo una época en que construir departamentos era casi una ciencia exacta: máximo de unidades, mínimo de costos, baños chicos, cocinas con olor a tubo y una “vista” a otro edificio a 5 metros de distancia. Ese modelo —el del departamento “panelero”— hoy agoniza. La venta de unidades en proyectos básicos o de gama media cayó 34% interanual (Libero, 2024). No es sólo por la tasa. Es por el quiebre de un paradigma: el comprador chileno dejó de ser un número. Ahora tiene nombre, gustos, perro, bicicleta y sobre todo, exige que su hogar refleje cómo quiere vivir, no sólo dónde quiere dormir.
¿Qué está buscando? Espacios que cuenten una historia. Amenities con sentido: no una sala de eventos enorme y fría, sino una terraza con parrilla y huerta donde hacer asados con los vecinos. No un gimnasio con dos máquinas viejas, sino una bike room con lavandería y duchas para quien pedalea al trabajo. Proyectos que incluyen áreas verdes profundas, eficiencia energética y espacios de coworking se venden un 40% más rápido (Portal Inmobiliario, 2024), incluso a precios superiores. La gente paga más por menos metros cuadrados… pero mejor pensados.
Es un cambio cultural imparable. El desarrollador que no entienda que está vendiendo un estilo de vida —comunidad, tranquilidad, conexión— en lugar de cuatro paredes, está condenado a quedarse con inventario caro y silencio en el chat de ventas. El nuevo lujo no es el marmol italiano o el piso porcelanato. Es la autenticidad. Es poder bajar en patineta al almacén de la esquina, que tu hijo juegue seguro en un patio interior arbolado y tener una plaza cerca donde pasear al perro sin tener que subirte al auto. El departamento premium ya no se define por los materiales: se define por la experiencia que ofrece. Y eso, querido desarrollador, no se resuelve con un arquitecto copiando planos viejos. Se resuelve con escuchar.