Imagínate esto: es un martes cualquiera a las 3 de la tarde. En un edificio de oficinas de los años 90, los pasillos están silenciosos, las luces de varios pisos están apagadas y hay una sensación palpable de abandono. A solo diez cuadras de ahí, el panorama es completamente distinto. En un edificio nuevo, con fachada de vidrio y diseño bioclimático, el aroma de café recién hecho inunda el lobby. En la terraza, un grupo debate ideas alrededor de una mesa; adentro, otro trabaja concentrado en un sillón cómodo. La energía es palpable. Bienvenido al gran divorcio del mercado de oficinas, una brecha donde unos espacios mueren y otros no solo sobreviven, sino que prosperan.
Las cifras macro pintan un panorama desolador: la vacancia de oficinas en el Gran Santiago supera el 21% (CBRE, Q1 2024). Es un número que da para titulares catastróficos. Pero, como toda generalización, es profundamente engañosa. Porque ese promedio esconde una historia de dos mercados radicalmente distintos. Por un lado, están los edificios antiguos, los Clase C, que cargan con una vacancia lacerante que supera el 30%. Son estructuras obsoletas, con gastos comunes altísimos por ineficiencia energética, sin amenities y con diseños que promueven el encierro. Su destino es complicado; muchos requerirán una reinvención total o un cambio de uso para no convertirse en elefantes blancos.
Por el otro lado, están los edificios premium, los Clase A, que se mantienen notablemente resilientes con una vacancia de apenas 8.2% (CBRE, Q1 2024). ¿Su secreto? Entendieron que ya no se venden metros cuadrados; se vende una experiencia. El «efecto cafetería» es la punta del iceberg de un cambio cultural profundo. Las empresas ya no alquilan un espacio para que sus empleados cumplan horario; alquilan un entorno para que colaboren, se conecten y, lo más importante, quieran estar ahí.
Ya no es un lujo, es una necesidad estratégica. Un edificio con terraza, con un café de calidad, con bicicleteros techados, duchas, salas de lactancia y una gestión community que organice eventos, vale hoy infinitamente más que cuatro paredes grises. Cerca del 70% de las empresas ha adoptado un modelo híbrido estable (Cushman & Wakefield, 2024), lo que significa que los empleados van a la oficina con un propósito: encontrarse con su equipo, brainstormear, socializar. Exigen un lugar que justifique el viaje. El edificio que no ofrece eso, simplemente, queda fuera de la jugada. La inversión ya no se mira en el precio por metro cuadrado, sino en la capacidad del espacio para atraer y retener el talento humano. Esa es la nueva ecuación del valor.